El pueblo de Esteban

El Pueblo de Esteban es una adaptación de dos cuentos de Gabriel García Márquez: El ahogado más hermoso del mundo y El mar del tiempo perdido. 

No se trata de una lectura literal  de los cuentos, sino de retomar espacios, ambientes, temas y personajes que evoquen el realismo mágico propio del autor y de los pueblos de América Latina y El Caribe. 

Una estructura abierta, fragmentada –figuras y personajes que narran, evocan y representan dentro del sueño-  permite la recuperación de momentos de la vida de un pueblo en que confluyen mitos y tradiciones diversas: desde Moby Dick y los Piratas del Caribe hasta elementos de la religiosidad pagana y cristiana presentes en los Altares y Retablos latinoamericanos. Desde el Retablo, los personajes hablan, sueñan, evocan una palabra o un gesto de su historia: el relato gira cada vez, iluminando un punto o un ángulo diferente de la historia. Por eso el sentido del tiempo y el espacio no corresponden a un orden lógico-causal de los hechos: se trata de un tiempo y un espacio míticos, hechizados, como un calidoscopio donde todo es posible en el recuerdo y cada acción descubre un fragmento de la memoria traído por el sueño. 

El resultado es el montaje de un Ejercicio teatral vivo, un Retablo en movimiento, o el espacio- tiempo en que un grupo de actores se adueñaron de la magia del relato y convirtieron El pueblo de Esteban en el sueño de todos. 

Opinión de la crítica

Bambalinas I 

El pueblo de Esteban

Por Baltasar Santiago Martín

El Ingenio Teatro, en colaboración con Centro Mater, presentó la obra teatral El pueblo de Esteban, una adaptación de Raquel Carrió de dos cuentos de Gabriel García Márquez: El ahogado más hermoso del mundo y El mar del tiempo perdido, los días 9 y 10 de octubre, en la sala de Artefactus Cultural Project, como parte del IV OPEN ARTS FEST MIAMI 2021.

El domingo 10 de octubre tuve el placer de ver esta puesta, y lo primero que me cautivó, desde antes de comenzar, fue su escenografía  –por ser a telón abierto–, que me recordó los tradicionales y evocadores Altares de Muertos que tanto aprecié durante los seis años en que viví en Querétaro, y que ya iniciada la obra considero que siguió funcionando como ese pueblo latinoamericano lleno de alebrijes y artesanías exhuberantes cuyo colorido, paradójicamente, empasta perfectamente con la grisura y la solemnidad de un Museo de la Muerte –que sí lo hay en San Juan del Río y hasta lo visité.

Por eso creo que la primera virtud de El pueblo de Esteban es su autenticidad, por lo que encierra, envuelve y evoca en el espectador; ahondando en una esencia que está latente en cada hispano –o subyace en su imaginario colectivo– aunque viva en Manhattan; en fin, se salva de ser un simple pastiche folclórico sin hondura dramática.

Y hablando ya del drama que todo esa escenografía tan elogiada por mí arropa y calza, si los seis actores participantes no se hubieran “sumergido”  de verdad sin titubeos en ese “mar”,  todo su esfuerzo hubiera sido un verdadero “tiempo perdido”, pero todos, sin excepción, entraron en trance con sus personajes, absolutamente todos: Alfredo Martínez, Carmen Olivares, Zaho Hernández, Ivanesa Cabrera, Vivian Morales y Simone Balmaseda, con la refrescante y esperanzadora aparición de los niños Joshua y Justin Solórzano, Isaac Henríquez, Madison Flores, Isabella y Dafne Fuentes, cuya inclusión considero otra gran virtud de la adaptación de Raquel y la acertada y magnífica  dirección de Lilliam Vega.

No me perdonaría si no hablo ahora de la banda sonora, que de tan apropiada hubiera pasado inadvertida como pasa a veces en los grandes filmes, pero en este caso ello es imposible, porque la música original de Héctor Agüero es otra “actriz” imprescindible de esta obra, e incluso le comenté a Lilliam que la canción homónima, tanto por la música, la letra como la interpretación exquisita de Jorge Morejón, me pareció una feliz simbiosis de Silvio Rodríguez y Mike Porcel, obviando lo negativo del primero y celebrando las virtudes vigentes, por suerte, de Mike. 

Como nada es superfluo en el teatro, le doy el máximo a Milaydis Martínez, por el maquillaje; a Rubén Romeu por los  “desplazamientos coreográfícos” de los actores; a la calidad del sonido de Mateo Cano; a la iluminación perfecta de Eddy Díaz Sousa –el Mecenas indiscutible de toda esta maravilla–, y a Loipa Alonso por la impecable producción.

Hialeah, sábado 23 de octubre de 2021.

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